El libro que estoy leyendo ahora no es ni corto, ni largo, ni sé si tiene el tamaño perfecto.
Ví su bellísima portada, y pasé mis dedos por la deliciosa encuadernación, acaricié el repujado de las letras doradas que adornaban un sugerente título y me dije... tiene que ser mío.
Y sentí, como me pasa cuando encuentro algo que considero una obra de arte, deseos de poseerlo.
El principio era ágil, fresco, y los acontecimientos se desenvolvían a un ritmo vertiginoso, devoraba sus letras con avidez, y me extasiaba con el ingenio que desprendía su trama. Me preguntaba si sería uno de esos libros de los que me niego a leer el final... Pero como bien dije, me preguntaba. Ya no.
Y es que odio que se presuma el desenlace.
La bañera hasta el borde de espumosa agua caliente, el olor a suavizante de pelo inundando el vaho del baño, la cabeza apoyada sobre la toalla mientras juegas a abrir y cerrar la manecilla del grifo con el pie.Cierras los ojos, te relajas... se dibuja una ligera sonrisa en tu cara y tu mente se pierde, y vuela a... a... hacia el maldito teléfono móvil. Reunión a las ocho y vuelta a la cruda realidad.
Oye, y tú...
Cuando anunciaron a Sir Louis, Constanza esbozó una sonrisa. Casi olvidó por un instante cuál era el motivo de su audiencia.
El comandante de su ejército atravesó la imponente nave con paso firme y seguro, aunque bastaba con mirarle a los ojos para saber que bajo esa armadura latía un corazón encogido por el dolor.
Ella estaba de pie, ante su trono de pesada madera, altiva como se mostraba frente a sus súbditos. A su lado el trono del vizconde, vacío en su honor, vacío para recordarle lo efímero del poder, vacío como ella ahora.
Louis se postró ante la dama, y le lanzó una mirada de cariño. Luego bajó la vista en señal de sumisión. Ambos sabían que la situación no era cómoda.
Constanza sabía perfectamente a qué se debía la marcha del más veterano y fiel de sus hombres y no podía reprocharle absolutamente nada.
El caballero se incorporó, y desenvainó su pesada espada. La empuñadura de ésta brilló un instante a la luz de los vitrales del templo.
- Aquí teneis, Majestad. Bien sabeis que me he batido con ella infinidad de veces por vos, hoy os la devuelvo. Porque sería incapaz de empuñarla por una causa que no fuera la vuestra esto último lo dijo en tono suficientemente bajo para que sólo ella lo oyera.
- Sin embargo os marchais le echó ella en cara
- Señora, soy hombre antes que soldado.
Constanza sintió como se le hacía un nudo en la garganta y entendió que no era momento de reproches. Su mano derecha la abandonaba y con él perdía no sólo uno de sus mejores estrategas, sino el más fiel de sus aliados. Reunió toda la entereza de la que disponía antes de poder preguntar con voz abatida
- ¿Y cómo habré de decirle, Louis, a mi pueblo que el más valeroso de mis soldados abandona su puesto?
Sir Louis la miró por última vez y en un tono grave y pausado, pronunció las últimas palabras a la que desde ese momento dejaba de ser su Señora.
- Decidle simplemente, Constanza, que el más valiente de vuestra mesnada, un día; estuvo loco por vos.
Dicho esto, tomó la mano de Constanza y la rozó ligeramente con sus labios, a ella le pareció que ese beso tenía el peso de toda una eternidad.
Oyó como sus pisadas resonaban en las paredes de mármol del templo mientras se alejaban y cesaban, tras el crujir del portón.
Constanza quedó inmóvil unos segundos.
- Estuvo repetía para sí en voz baja. un día estuvo...-y se retiró a sus aposentos apretando con fuerza sus mandíbulas. Ahogando la traición de una lágrima.
Odio las pesadillas en general....como todo el mundo. A nadie le gusta pasar malos ratos, pero de todas las pesadillas posibles hay unas que odio especialmente.
Esos sueños que aprovechándose de tu incapacidad para censurarlos, sacan a la luz tus vivencias pasadas, las desagradables claro. Esta mañana siento como si todos los esfuerzos que llevo haciendo durante meses por olvidar algo que viví, hubieran sido en vano. Pues mi subconsciente ha tenido toda una noche para cebarse a placer con mis sentimientos.
Así que no me queda nada más que darle las gracias a mi cerebro masoquista por someterme al Maravilloso Festival de Sueños Frustrantes. Y con éste llevo unas semanitas que ríete tú de las galas de Operación Triunfo. Sé cómo enfrentarme a situaciones reales, pero cuando se trata de sueños me siento impotente e indefensa. ¿Qué haces cuando tu propio enemigo eres tú misma? La verdad es que se me ocurren un par de cosas...
¿Ves esa mano? No la cojas, no te sostendrá.
¿Ves ese puente? No lo cruces, caerás.
¿Y ese faro, lo ves? No lo sigas, te perderá.
Mira ese tren. No corras, lo perderás.
No hagas nada, nada.
Si no caes sola, tranquila; te tirarán.
-No, no somos hermanos.
-Sí que somos hermanos.
-Que te digo que no, que no lo somos.
-Eres una mentirosa.
-Claro que no lo soy, yo sí soy hija de papá y mamá, pero tú no.
-Yo sí que soy hijo de papá y mamá, mentirosa.
-Bueno, en realidad no sé de qué te quejas, al menos tienes sangre real.
-¿Sangre real?
-Claro, ¿no lo sabías? Te voy a contar como llegaste a esta familia.
-No me pienso creer nada.
-Tú mismo. Pero todo ocurrió así. Un día la infanta... la infanta ésta... Elena se llama. Un día la infanta Elena se quedó embarazada, y claro, no estaba casada, por lo que la familia real quiso tapar la vergüenza de la familia.
-No sé quien es la infanta Elena.
-Me da igual, me estas interrumpiendo.
-Resulta que a los nueve meses nació un niño, un niño muy peludito, y los reyes decidieron el plan perfecto. Donarían al niño a un zoo. Y así lo hicieron.
-Como te pasas.
-Qué va.
-No...
-Un día papá y mamá tuvieron una niña, una niña preciosa, guapísima, que se portaba muy bien, y estudiaba mucho, y...
-Que sí, que ya se lo perfectísima que eras.
-Bien, pues un día me llevaron al autosafari porque...
-Porque te querían mucho bla bla bla...
-Vale, pues resulta que había un animalito que lo tenían en una jaula, era un koala. En las rejas había colgados carteles fosforescentes que ponían: OFERTA. Porque resulta que el koala comía mucho y los responsables del zoo no lo podían mantener.
-Pobre koala.
-Si, tu historia es muy triste.
-¡Y tú eres imbécil!
-Sigamos. Como siempre había querido tener una mascota, papá y mamá decidieron comprarte. Pero vamos, para que yo no me aburriera... y te llevamos a casa.
-¡Yo no soy un koala!
-Eso es porque cuando llegamos a casa te afeitaron, te cortaron la cola, y ¡oh! Apareció un niño, que eres tú. Luego les diste pena, y te escolarizaron... y ahora tengo que aguantarte como hermano.
-¡Eres idiota. Yo no soy un koala y se lo voy a decir a mamá!
-¡Díselo!, seguro que te lo niega todo. Pero que sepas que cada noche viene la infanta a llorar a los pies de la cama. ¡Koala!
-¡Que no soy un koala! ¡Mamá, Mamá mira que dice mi hermana, dice que soy un koala y que me recogisteis en el zoo!
-Tu hermana está loca, cariño no le hagas caso.¡Laura! ¡Ven ahora mismo a la cocina!
-¡Mamá que yo no he hecho nada! Jo, siempre me la cargo yo por culpa del mimado éste...
Una vez, alguien a quien admiro, me dijo que la lluvia eran lágrimas del cielo que me alegraban.
Sin embargo hoy me he dado cuenta de que no siempre es así. A veces la lluvia deja su canción alegre y se viste de fado. Decide no bailar en el alféizar de mi ventana; prefiere acariciar sus vidrios como un lamento acompasado y quedo... como gotitas de desesperanza que luchan por atravesar el cristal y encontrar refugio en un corazón desangelado.
Las nubes se tiñen de luto y engullen los edificios a su paso, y el viento sacude la ropa tendida en los balcones, que baila al son de un viento frío, un frío que cala el alma.
Mirad. Ya llega la noche. Pronto no se verá nada; ni edificios, ni ropa, ni nubes, ni gotas, ni alma.
¿ Expliqué alguna vez por qué no me gusta terminar ciertos libros? Me encariño con los personajes, y me entristece abandonarlos, así que si no descubro el final, para mí siguen viviendo en sus páginas.
Esta noche terminaré uno de ellos. Si voy a morir un poquito, no me apetece hacerlo sola.
Cuando murió Narciso, la fuente de su deleite se transformó de cáliz de aguas dulces en cáliz de lágrimas saladas, y las oréades vinieron llorando por el bosque para cantarle a la fuente y consolarla.
Y cuando vieron que la fuente se había transformado de cáliz de aguas dulces en cáliz de lágrimas saladas, se destrenzaron los cabellos verdes y le clamaron a la fuente diciéndole:
-No nos asombra que de tal modo llores a Narciso, tan bello era.
-¿Pero Narciso era bello? -dijo la fuente.
-¿Quién podría saberlo mejor que tú? repusieron las oréades. Nosotras siempre le fuimos indiferentes, mas venía en tu busca, y se tendía en tus orillas y te miraba, y en el espejo de tus aguas reflejaba su propia belleza.
-Pero yo amaba a Narciso respondió la fuente porque cuando se tendía en mis orillas y me miraba, yo veía mi propia belleza reflejada en el espejo de sus ojos.
Oscar Wilde
Fue tu prosa la que me enamoró, ni tus versos, ni tus rimas.
Querías ser poeta; no se dejó cortejar la poesía.
Guárdate tus caricias de attrezzo
Atragántate bardo, con tu don
Que a tu ilusa de labios picota se le cayó la venda
No se puede, idiota, ser caballero y ruin
Ni tiempo te auguro, cariño, para la enmienda
Que a cada cerdo... le llega su San Martín.
El número 13
Muchas compañías aéreas evitan poner el trece en los asientos de sus aviones. Grandes hoteles no tienen habitaciones con este número y los italianos lo han suprimido de su lotería...
¿Y por qué tanto recelo?
Numerológicamente, el 13 es la ruptura con el 12, número sagrado por excelencia ya que por este número se dividieron las horas del día y la noche, los meses del año y nuestros signos del Zodíaco.
Aunque parece ser que los hindúes, fueron los primeros en observar esta prevención, lo que
ha consagrado en nuestra cultura el recelo a las comidas de trece, ha sido
el recuerdo de la última cena. De los trece comensales, en cuestión de horas,
fallecieron trágicamente, dos de ellos: Jesús y Judas; aunque no se sepa de
nadie que haya lamentado la muerte de este último :p
Hoy es Martes y 13 ¿Algún supersticioso?
¿ Por qué será que los asesinos* siempre volvemos al escenario de crimen ?
*asesinar
(de asesino )
tr. Matar alevosamente, o por precio, o con premeditación [a uno].
2 fig. Causar viva aflicción o grandes disgustos [a uno].
3 fig. Engañar o hacer traición en asunto grave [a persona] que se fiaba de quien la dice.
4 fig. Hacer mal una cosa, estropearla.
Cena en familia, función en el Auditorium, madrugada de charla, mañana entre las sábanas y el agua golpeando la ventana.
Una canción en la radio, la habitación hecha un desastre y un mensaje en el móvil que no pienso contestar.
Creo que cogeré mi paraguas y bajaré a por unos boletos para un resfriado.
¿Quién dijo que no existía la felicidad?
Yo toqué tus huesos, acaricié tu piedra, posé mis dedos en tus hendiduras, saboreé tus texturas, bebí tus suaves colores; aquellos que ni el sol logró arrebatarte.
Crucé marcos pétreos que un día guardaron poderosos sellos, profané lugares donde residieron almas, caminé bajo las estrellas de tus cielos, y sobre tus arenas me acarició el sol que quemó las espaldas de aquellos que te erigieron.
Y me bañé en las aguas que azotaron tus templos, noté su frescor en mi rostro, y jugué con él a sabiendas que 5000 años antes lo hiciste tú también.
Me impresioné al mirarte a los ojos y me aterró ver en ellos mi mirada reflejada. Me llenaste el alma de susurros de alabastro y me cautivaste con misterios de granito. Y no bastándote con seducir mi alma, enviaste a tus hijos para que envenenaran; uno mi cuerpo y el otro mi corazón y así, ebria de ti, entregada por completo, me condenaste a errar perdida, infinitamente a ti unida, maldita, pues cuanto más lejos te tengo, mayor es mi deseo de poseerte.
Esta noche, una conclusión estúpida
A veces las discusiones resultan estimulantes, otras en cambio resultan totalmente aburridas, anodinas, absurdas y según el grado de necedad de los argumentos del oponente... simplemente patéticas.
Y un deseo importante
Prestar mi estrella; esa que me guía cuando estoy perdida...
Cuando tenía 15 años entré en la tienda Disney, como cada vez que pasaba por delante. Como siempre, fui directa hacia la estantería donde tienen expuestos los globos de nieve, y ahí la vi.
Era enorme, preciosa, destacaba entre todas las demás. Me quedé embobada mirándola. Costaba exactamente 16.000 pesetas de las de antes. Inalcanzable para mi bolsillo. Me prometí a mi misma que con mi primer sueldo, me la compraría.
Al año siguiente mi padre decidió que ya era hora de saber lo que costaba ganarse la vida, y entré a trabajar en el Mc Donalds. Fue un verano espantoso. Para mí que había crecido consentidísima, fue muy duro darme de bruces con la realidad. Ya no se trataba de que trabajara mucho o poco, gracias a Dios me considero espabilada y no se me caen los anillos por trabajar duro, sino el hecho de que trataran a la gente como lo hacían, no digo que en todos los sitios pase igual, pero recuerdo tener un par de encargados que se convirtieron en auténticas pesadillas para los empleados. Recuerdo a Izaskun, que se había ido de casa y necesitaba el dinero para pagarse el piso, y a Olga creo recordar que se llamaba, 18 años con una cría de 2, pidiéndole al encargado que le pusiera más horas para llegar a fin de mes. Al fin y al cabo, de todas, era la que menos motivos tenía para quejarse.
Cuando llegó la hora de cobrar después del primer mes, y vi mi saldo en la cuenta, recordé mi promesa, pero si ya el día en que vi la bola me pareció que el precio era excesivo, después de ver las horas que necesitaba para poder pagármela me pareció del todo inconcebible, y así es como vendí mi palabra.
Nunca más volví a ver la bola, había otras; todas preciosas, pero no la mía. Pregunté si había la posibilidad de encargarla, pero me dijeron que no. Y ahí se quedó todo. En sucesivos cumpleaños, mi familia, mis amigos me regalaron algunas, y tendríais que ver la colección que atesoro.
El segundo verano que Miguel vino a Palma, tuvo problemas con la nómina. La conserjería no cumplió los plazos, y teníamos para pasar el verano justitos.
Un día fuimos al cine, uno que está justo en un centro comercial. Dejamos el coche en el parking y echamos un vistazo a las tiendecitas... habían puesto otra tienda de Disney, y tras el paso obligado por Néctar y Natura, allí fui a parar, delante de la famosa estantería, pero esta vez no sólo se me pusieron los ojos como platos, quedé totalmente boquiabierta.
Miguel me miró a los ojos, se volvió a la estantería y me dijo:
- ¿Es ésta, verdad?
- Sí.
La cogió con cuidado y la puso en mis manos. - Nos la llevamos.
Por supuesto le dije que no, se lo dije una y mil veces, pero, ahora que lo recuerdo bien, no la solté ni por un instante.
Una de las dependientas me vio con la bola a cuestas y me preguntó si me la iba a llevar, y juro que no sé quién contestó pero a juzgar por la carcajada de Miguel fui yo, un Sí! Antes de que la chica pudiera terminar la frase.
Así que protegida, envuelta y embolsada, nos dirigimos con mi preciada adquisición al coche, para dejarla en el maletero. En cuanto la metí, me puse a llorar como una idiota.
Me senté en el coche y así me tiré un buen rato, mientras él me decía lo tonta que era en tono cariñoso, y se reía incrédulo al verme de esa manera.
Y es que ese día, Miguel, no me compró una simple bola, ni siquiera una especial; la mía. Compró la promesa que me hice de niña y que rompí al hacerme mayor.
Mientras me enjuagaba las lágrimas, me cogió de la barbilla y me dijo que siempre estaría ahí para convertir mis sueños en realidad. Lástima que su promesa no se la pudiera comprar yo, aunque bien mirado, de haber podido tampoco lo hubiera hecho.
Y por qué me acuerdo hoy de esto. Simple. Porque hoy durante dos horas, y con la única luz de la pantalla de un cine para verlo (a excepción de un amigo), me he permitido la licencia de volver a soñar, de emocionarme, de reir, y qué narices, también de llorar.
Y es que mi globo de nieve, era el barco de Peter Pan.
" Al pie de un sicómoro llora la pobrecilla, cantad..."
Bárbara, la doncella de mi madre estaba enamorada de un loco que la olvidó. Ella cantaba una canción. Una canción muy antigua pero que expresaba su destino. Y murió cantándola.
Esta noche no se me va esa canción de la cabeza.
"Cantad sauce, verde sauce, sauce... La mano en el pecho, la cara en las rodillas... cantad sauce, verde sauce, sauce... sus lágrimas caían y ablandaban las piedras. Cantad sauce, verde sauce, sauce...".
Ya puedes irte. Me pican los ojos. ¿ Será presagio de llanto?.
El hombre siempre se ha dedicado a intentar indagar en el futuro.
Ansia, temor, curiosidad por lo que va a pasar, conciencia de la inevitabilidad del destino y la intrigante tentación de desafiarlo y de cambiarlo, la necesidad de tener esperanza y de seguir creyendo en un futuro mejor...
Y llegados a este punto me pregunto... ¿Predestinación o libre albedrío?
El príncipe subió raudo las escaleras que llevaban a lo alto de la torre. Empujó con fuerza el portón de pesada madera que chirrió al ceder a la presión, después de años sin que nadie traspasara su umbral.
El frío que inundaba el viejo castillo pareció desvanecerse una vez la vio. Hermosísima en su sueño, tan celestial criatura no podía sino inspirar al caballero una inmensa ternura. Se acercó con cuidado aun sabiendo que ruido alguno la despertaría, pues tan dulce y profundo sueño sólo se rompería al calor unos labios amantes como los que él podía entregarle.
Posó su rodilla en el suelo, ladeó su capa y admiró la suavidad de sus facciones una vez más. Respiró profundamente antes de besarla.
La princesa abrió lentamente los ojos, parpadeó varias veces y miró a uno y otro lado. Se incorporó y vio la cabeza de un hombre sobre su regazo. Extrañada, con los dedos índice y pulgar de sus manos sujetó un instante la cabeza inerte del caballero que al soltar, volvió a caer sobre ella. Intentó despertarlo en vano, así que lo apartó como pudo y saltó de la cama. Se desperezó, mesó su pelo, sacudió su vestido y se dispuso a bajar las escaleras de palacio.
Antes de eso, sin embargo, una fuerza interior la obligó a pararse. Se volvió hacia el hombre que yacía al lado de su cama, y sus ojos se entornaron presos de una dulce candidez.
Cogió su almohada, la colocó bajo la cabeza del príncipe, y tras darle una palmadita en la espalda... se fue.