Recuerdo que cuando era pequeña, cuando vivía en la otra casa, tenía pánico a la oscuridad; de hecho aunque controlado, sigo teniéndolo. Cuando llegaba la hora de acostarse, mi padre, entonces, me daba la mano. Una mano que sentía fuerte y protectora. La mía, pequeña, asía su pulgar y así me adormecía. Si me despertaba en mitad de la noche, sola, cerraba muy fuerte los ojos, me tapaba hasta la nariz con las sábanas y escuchaba. Los ruidos de la noche me inquietaban, el no poder saber qué había cuando las sombras lo devoraban todo me desconcertaba; y de hecho sigue haciéndolo.
En este tiempo en que la noche parece hacerse perpetua y no amanece nunca, me avergüenza en cierto modo seguir buscando pulgares a los que asirme, manos protectoras que no me suelten, y así no despertarme de nuevo, sola y aterrorizada porque no sé qué me aguarda detrás de las sombras.
Desconozco el momento exacto en el que empezó todo. Sólo sé que dejé de ver la tele o escuchar la radio, pensé que era porque la edad me había hecho más pragmática, y de nada valía que me esforzara en entender los mensajes incoherentes que recibía, lo achaqué a desinterés más que a incapacidad.
Más tarde pasó con mi pareja; lo dejamos, sí, porque no nos entendíamos. Cada día me resultaban más incomprensibles sus acciones y cómo no, sus explicaciones. Empecé pensando que carecían de fondo, y terminé por no identificar ni tan siquiera la forma. Era absurdo oírle argumentar y no entender qué quería decirme. La ruptura fue triste, pero inevitable.
Luego empezó a pasar con las clases, los conocimientos que se suponía debía ir adquiriendo, sólo hacían que molestarme. Perdía mi bolígrafo en guirnaldas y arabescos que decoraban los márgenes de mi cuaderno; era capaz de mover los labios y reproducir el tedioso discurso del profesor, pero carecía de significado. Terminé por dejar de ir a la universidad.
Incluso con mis amigos, me descubrí boquiabierta intentando descifrar el por qué de ciertos argumentos, explicaciones o anécdotas sin sentido; cuando esto sucede trato de cerrar la boca y asentir, pero cada vez mis silencios son más luengos, y asiento con menos cortesía. No sé cuánto tarden en darse cuenta.
Sin embargo fue hoy, cenando, mientras observaba a mi familia conversando entre ellos animadamente, en un idioma que definitivamente desconozco; que me dí cuenta de lo que está pasando.
No se cómo, en qué punto, ni por qué; pero perdí la capacidad de descifrar el código que utiliza la gente para comunicarse.
Fui perdiendo la capacidad simbólica del lenguaje; temo que irremediablemente.
Es terrible, lo sé, pero está claro que lo hice.
Y ya no entiendo nada.
De haber estado sola en casa, hubiera subido al terrado y visto la impresionante tormenta eléctrica desde allí. Me hubiera gustado notar la lluvia golpeándome con fuerza y calándome hasta los huesos; imaginándome que arrastraba consigo toda la pesadumbre que como un avaro, parezco ir atesorando. O quizá podría haberme imaginado, que uno de esos impresionantes relámpagos fuera certero y en medio de la inmensidad del trueno desapareciera todo, todo; así no quedaría nada, nada de su imagen mandando mensajes al móvil de su hijo pensando que aún está vivo, ni de él culpándome de todo lo que le sucede, recordándome a cada punto que si fui la causante de su tragedia también tengo la solución. Del otro; el eterno, recordándome que aún espera y yo con las excusas vacías; no quiero a nadie, estoy bien sola, por no ser capaz de decir un gracias, sé que eres el chico ideal, pero no me inspiras nada. De mi compañera a la que a pesar de todo le tengo cariño y que me ve como una judas más porque a fin de cuentas yo estoy dentro como las demás y ella fuera. De los exámenes, ese túnel que decidí seguir y que parece no terminar nunca y que me tiene profundamente hastiada...
Pero decidí no subir al terrado, porque lo único que hubiera perdido, al menos a los ojos de los de casa, es la poca cordura que me queda. Así que me metí en la cama, apagué las luces y me dejé acunar por la tormenta. Mi reino por un colacao.
La tormenta de anoche, ya cesó. Hoy se despierta el día entumecido y húmedo. Las banderas que ayer decoraban los balcones, lagrimean aún aferradas a las forjas. El intenso sol descubre todos y cada uno de los destrozos que van apareciendo. Incluidos los míos.
La diada de Mallorca, pasada por agua rezarán los titulares de esta mañana. Y razón no les falta.
Syraa sintió un escalofrío al escuchar las palabras de aquel desconocido, pero de pronto empezó a tomar vida el rostro que en sus pesadillas se le aparecía y reconoció sus facciones. Las que tenía ahora delante, eran las de un hombre curtido por el trabajo duro, expuesto durante años a los rigores del mar pero que no había perdido un ápice su atractivo. Vio unos ojos cansados y tristes, extrañamente alborozados al verla.
Por su parte, Cástor la reconoció de inmediato. Pero su corazón dio un vuelco al observarla de nuevo. La dulzura y placidez del rostro que dejó en ese barco, se habían tornado en rasgos duros y agresivos. Sus mejillas rosadas eran de un blanco espectral y los ojos que recordaba negros como el azabache se mostraban de un azul intenso con destellos del color de la sangre veteando sus iris, su cuerpo voluptuoso terminaba en una larga y escamada cola de pez. Recordó el oráculo.
La que buscas no está viva ni está muerta
Su espíritu resiste atormentado, por una sed de venganza ciega
Por un deseo de ser encontrada y una promesa vertida en las aguas.
Por tu bien, no debes buscarla, pero la hallarás donde la dejaras.
Cástor temió ciertamente por su vida, pero ahora no podía ni quería echarse atrás. Tenía que intentar convencerla. Que Syraa no hubiera arremetido aún contra él le hacía albergar alguna esperanza de éxito.
Cástor se dio cuenta de que no pasaba ya inadvertido por el resto de sirenas cuando empezó a oir de nuevo sus cantos; supo entonces que no tenía demasiado tiempo.
- Es el último rincón del mundo que me quedaba por buscar, Syraa, y no me arrepiento de perecer en él si con ello logré cumplir la promesa que te hice.
Syraa parecía no reaccionar. Sin embargo el resto de seres marinos avanzaban con rapidez.
- ¡Ven conmigo, o mátame! Pues tan sólo conocí la vida mientras estuve a tu lado. Vago sin aliento desde que te arrancaron de mí, y ahora que sé que estás viva no podría soportar perderte de nuevo. Te lo suplico ¡Ven conmigo!
Cástor no estaba seguro de que Syraa, tan extrañamente embrujada fuera capaz de recordarle. Sus pupilas estaban fijas en las de él, parecía que intentara asimilar cada una de las palabras que Cástor pronunciaba, sin embargo seguía impávida, en el agua, a escasos metros de él. No así el resto de infaustas criaturas, que no cejaban en su apremiante carrera. Cástor intentó nuevamente que recordara.
- Los aqueos, Syraa ¡Recuérdalo! Viajábamos en el navío comercial ¡Nos atacaron!
Los cantos de las sirenas ganaban en amplitud y fuerza
- Los aqueos- susurró ella en voz apenas perceptible- los aqueos...yo...
- Syraa ¿Qué pasó con los aqueos? trata de recordar.
Pero Syraa seguía sumida en un trance del que no lograba escapar. Cástor presumía que su fin estaba cerca.
- La tempestad... continuó ella- la tempestad les arrojó a las rocas...
- ¡Estás empezando a recordar!- exclamó Cástor con una mezcla de alegría y decepción.
Alegría, porque al fin sabría que no la había abandonado nunca; decepción porque temió que cuando ocurriera sería ya demasiado tarde para él.
Las sirenas estaban peligrosamente cerca del bote. Sus largos cabellos ondeaban mágicamente en las aguas y sus cuerpos de hermosas formas rodeaban la pequeña embarcación. Sus cantos acunaban cada uno de sus movimientos y ágilmente empezaron a hacerse con el bote, Cástor se aferró con fuerza a los remos como si con ello consiguiera arrancarle unos segundos más a la vida; después de tantos años volvía a experimentar la impotencia que sintiera años ha en aquel navío. Sus fuerzas no respondían.
Del embrujo de las hermosas criaturas, le sacó por un instante la voz de Syraa, sibilina.
- Dijiste que me vendrías a buscar...
Sus palabras teñidas de nostalgia y pesadumbre parecían venir ya del otro mundo, pero aún en un último esfuerzo Cástor logró responder antes de dejarse caer dulcemente en el sueño eterno.
- Y no he hecho otra cosa desde entonces.
Syraa entonces, reaccionó.
- Aún deberás hacer algo más por mí- masculló para sí mientras tomaba el impulso necesario para empujar con fuerza el bote, lanzando todos sus ocupantes al agua.
En un movimiento rápido embistió contra la masa contracta de escamas y carne, llevándose por delante a Cástor, que embelesado por influjo de las sirenas, no opuso resistencia alguna.
Como ya hiciera antes, sujetó su cara y le obligó a mirarla.
- ¡Cástor! ¡Nada! ¡Debes nadar!¡ Nada hasta tu barco!
Cástor asintió como si se tratara de un autómata y emprendió el camino de regreso al buque, mientras Syraa estallaba en coletazos y golpes contra las que hasta entonces había considerado sus hermanas, y que la acogieron durante el naufragio del barco aqueo, embrujándola como hacían con los marinos, y convirtiéndola en una más de la corte infernal.
Cuando creyó que Cástor había ganado ya el tiempo suficiente de ventaja sobre ellas, se zafó penosamente de sus adversarias arremetiendo contra ellas con los remos del bote, para huir tras él.
Se cuenta de Syraa que fue perdiendo sus escamas al tiempo que recuperaba sus recuerdos y se arrepentía de sus atroces crímenes como sirena. De Cástor, en cambio, se dice que abandonó los mares puesto que no era de su agrado la libertina vida de pirata.
Aunque... lo que realmente sucedió con ellos; sólo ellos lo saben.
Momentos antes de abandonar la nave, Cástor volvió a recordar las órdenes a sus hombres. Después de años de infructuosa búsqueda estaba a escasas horas de descubrir si aquellas palabras que le confiara el oráculo, estaban en lo cierto. De ser así, habría cumplido con su palabra; de ir errado, nadie, ni él mismo, podría reprocharse que no hubiera llegado hasta las últimas consecuencias.
El navío en el que navegara junto a sus hombres por medio mundo, le dejaría lo más cerca posible de las Sirenum Scopuli sin poner en peligro a la tripulación. De ahí en adelante; enfrentaría su destino él solo.
Mientras se alejaba lentamente hacia los peligrosos riscos, los navegantes le miraban incrédulos y decepcionados marchar hacia lo que suponía una muerte segura. Valoraban, sin embargo, la valentía y el tesón con el que su capitán había conseguido de la nada, llegar hasta ese punto, guiado por lo que ellos consideraban una mera ilusión.
Cástor por su parte, trataba de olvidar el esfuerzo que suponía manejar los remos perdiendo su mente en tiempos pasados. Cómo se conocieron, cuánto se querían entonces y las aventuras que recorrieron juntos, la complicidad de la que eran depositarios el uno del otro y que cercenó la trágica noche en que fueron abordados.
Cástor y Syraa, tenían maneras muy diferentes de ver el mar. A él, nacido en tierra firme le fascinaba quedarse en la playa y nadar largas distancias, batiéndose a sí mismo. A ella, que no había conocido otra cosa que no fuera el mar, las aguas le resultaban misteriosas y traicioneras. Un escollo insalvable, que se decidió a salvar con la promesa de poder contemplar las maravillas de las Ciudades. Mercados de especias y opulentas telas de colores intensos y almizclados aromas. El bullicio de los comerciantes, animales de exóticos plumajes, músicos de todas partes del mundo conocido, y santuarios de leyenda.
Maldito el día en que la convenció para que se embarcara junto a él y conociera mundos que ella sólo había imaginado. La nave en la que viajaban fue atacada por piratas aqueos, que se hicieron con el barco como botín, pasaron a cuchillo a cuanto hombre podía suponerles un peligro y secuestraron a cuanta mujer creyeron poder vender como esclava.
Recordaba los últimos instantes en que la tuvo asida por las muñecas, resistiéndose a dejarla.
- ¡Salta! Date prisa o te matarán a ti también- le suplicó ella.
- Imposible, no te dejaré sola a merced de esos piratas.
- Si te matan, Cástor; no habrá posibilidad para ninguno de nosotros dos. Eres un excelente nadador, quizá puedas alcanzar la costa.
- Entonces, lo intentaremos juntos- contestó él desesperado
Ella pasó el dorso de su mano por el rostro de Cástor que apretaba con fuerza las mandíbulas de rabia e impotencia; era un suicidio enfrentarse a ellos, eran demasiados y no tenía con qué. Syraa le pidió que la mirara a los ojos y le dijo con voz suave pero firme.
- No me matarán, no represento ningún peligro para ellos, en cambio sólo sería un lastre para ti, no llegaríamos. Vete, y pide ayuda. Sé que vendrás a buscarme- y acto seguido besó la mano que seguía sujetándola y escurrió la suya de entre la de él.
- Volveré a buscarte. Te lo prometo- Sentenció Cástor y se precipitó a las frías aguas del mar.
Hacía mucho tiempo que Syraa moraba en los fondos marinos. Sólo tenía un vago recuerdo de su anterior condición humana y aunque prefería olvidar toda relación con esa deleznable especie el recuerdo la perseguía insistentemente. Trataba de olvidarlo y deshacerse de él con la misma vehemencia con que castigaba a los navíos que osaban acercarse al estrecho que sus antepasadas; Escila y Caribdis custodiaban.
Tracios, argivos, troyanos... todos habían perecido bajo el influjo de su canto y el de sus hermanas; hermosas y letales criaturas que el océano concibió para vengar la osadía del hombre por conquistar la divinidad de los mares.
Silencio. La densa oscuridad lo invadía todo, y tan sólo el leve ondear del manto marino presagiaba la víspera del infortunio.
Syraa dormitaba junto a una de las scopuli en las que estaba confinada a morar, en la tensa espera que precede a las grandes desgracias. Imágenes inconexas acudieron a su mente. Un imponente navío, el olor a salitre y brea, agitación, gritos, y un rostro indescifrable Volveré a buscarte, te lo prometo- Así acababa siempre su pesadilla.
De repente el viento cambiante de Céfiro, hizo llegar hasta los escarpados riscos en que descansaba el crujir de los maderos de un navío. Las agitadas voces de sus navegantes sacaron del ensueño a las traicioneras criaturas que descansaban junto a ella. En un instante sus lomos centelleantes empezaron a sobresalir intermitentemente del espeso ropaje brocado por la luz vespertina que abrazaba al desafortunado buque. La sed de sangre las empujaba inexorablemente al encuentro de los marinos, cuyo destino quedaba trágicamente marcado al adentrarse en su peligroso territorio. La peor de las maldiciones se cebaba sobre ellos, pues humano alguno había podido escapar a tan desafortunados encantos que irremediablemente conducían a la muerte. Sin embargo, no era lo que esperaban aquello que encontraron las sirenas, puesto que no era si no a varias millas que se distinguía la silueta de un bajel, con las velas desplegadas y huyendo en desbandada. Las misteriosas criaturas se miraron las unas a las otras con incredulidad, cesando sus cantos ante la imposibilidad de dar alcance a su presa, y retomando el camino de vuelta a sus escondrijos.
Fue Syraa, la única que decidió quedarse en el lugar, preguntándose el por qué de tan curioso episodio. Unos instantes más tarde, vio aparecer un único bote, a bordo del cual un sólo hombre remaba pesadamente, esforzándose por salvar la cadena de riscos que momentos antes le habían ocultado de sus impías asesinas.
Syraa, quedó asombrada al ver al humano impasible dirigirse hacia ella, ni un gesto de temor, ni tan siquiera de inquietud asomaba a su rostro y sólo cuando lo tuvo demasiado cerca de ella se dio cuenta de que no era la primera vez que habían cruzado sus caminos.
El hombre tendió su mano hacia la otrora muchacha, pero que ahora vestía mitad humana mitad pez, y con voz grave y segura afirmó Tal y como prometí. He venido a buscarte.
Continuará...