27 de Diciembre 2006

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Me estaba peleando con el curioso artilugio que mi madre aseguraba que servía para pelar patatas. Éste no era mi trabajo, pensé. Cuando las Navidades eran Navidades de verdad (cuando ella estaba) yo la ayudaba a rellenar la sopa, abría las nueces, colocaba los dulces en las blondas... protestando, cómo no; pero eso también era ya costumbre. Entonces ella hacía como que se enfadaba, se ponía seria y con esos preciosos ojos azules entornados decía mi nombre a modo de advertencia. Nadie nunca pronunció mi nombre con la dulzura con que sabía hacerlo ella.
Esa mañana desperté y no había nada de lo que solía. Ni la vajilla de porcelana blanca, ni el mantel bordado, ni las frágiles copas de la bisabuela, ni ella.
No, nada es como antes. Ni los olores, ni los colores, ni siquiera nosotros somos los mismos que éramos entonces. Quizá la Navidad sólo sea para los niños. Quizá nos demos cuenta tarde, de que ya hemos dejado de serlo; cuando advertimos que la melancolía desplaza a la ilusión, cuando sentimos el vacío que dejan las soledades, cuando nos sabemos desasidos de aquellos que nos amaron y a quienes amamos, cuando las lágrimas ruedan por un pelador de patatas...

Escrito por Turandot a las 10:36 PM | Comentarios (11)

17 de Diciembre 2006

Viernes

Los números de la pantalla luminosa del ascensor ascienden hasta el piso donde él espera. Cierra los ojos, pero eso no evita que los sienta a través de los párpados ardientes. Dos, tres, cuatro... no sube, desciende. Traga saliva. Abre con dificultad la portezuela de madera desconchada y sus tacones hieren el rellano, estallan en el hueco de la escalera, son macabras salvas que anuncian su llegada al infierno.
La enorme y plácida sonrisa que la recibe delata un triunfo largamente postergado.
Un delicioso aroma a queso gratinado se desliza desde la cocina al pequeño salón. Pese a los halagos y galanterías de su anfitrión es lo único que le resulta verdaderamente agradable allí. Queso gratinado, piensa. Le resulta cómico.
Todo en el piso está ordenado. Perfectamente ordenado; demasiado. Se pregunta si hay algo de natural en todo aquello. Si esto es realmente lo que se supone que debe hacer. Lo normal.
Habla pero no le escucha. Mantiene la mirada fija en la vela que parpadea sobre la mesa austeramente preparada y en las grotescas sombras que dibuja en la desangelada pared del comedor. A media luz todo adquiere un tinte de teatralidad.
Abrazada a la ginebra que acaba de no declinar, tal y como sería habitual en ella, se dirige al balcón. Antes ha rescatado la botella del mueble bar. Hace frío. Rellena una y otra vez el vaso antes de ser capaz de vaciarlo. De la calle se escapan los gemidos de las farolas que vomitan reflejos mortecinos a sus pies. Aparta la punta de la bota para que no la salpiquen. Las luces son quejidos lastimeros que no se diluyen en el alcohol, piensa, mientras apura otro vaso. Le siente detrás. No le ha oído seguirla, pero nota como su aliento tibio se pasea por su nuca y como acerca su cuerpo al de ella. El suspiro que se le escapa deviene en una pequeña nube blanca de resignación que se pierde en el espesor de la noche - Hace frío. Entremos- Sentencia él mientras posa las manos sobre sus hombros y las deja caer acariciando sus brazos temblorosos. El vaso se le escapa de las manos. Se estrella en el suelo de terrazo. Ninguno de los dos se inmuta. -Sígueme.
El camino hasta la habitación se le hace eterno. Le da tiempo a estirar el brazo y recoger de la mesa el vaso intacto de él. No bebe, engulle su contenido. Nota la quemazón en la garganta, pero continúa. En qué punto del juego se ha perdido, se pregunta. Cómo ha llegado hasta ahí. Pero ya no puede pensar con claridad. Las sombras de los grabados que decoran el pasillo parecen cernirse sobre ella. Se para en el último dibujo. Las figuras goyescas lejos de mostrar desesperación parecen brindarle un gesto de lástima. Un pequeño pero firme tirón de muñeca la separa de la lámina y la coloca en el centro de la habitación.
El ventilador de techo dispersa la luz a rachas intermitentes. Los dibujos de las cortinas y del cabecero de la cama conjuntan a la perfección con el cuadro que dormita en un amplio marco barroco. En él una joven con vestido ibicenco pasea por una playa desierta. Escruta el cuadro con curiosidad. Mientras él la ronda, la acecha, juega con su pelo, aspira su aroma a almizcle y ginebra, desliza las manos por su cintura. Ella cierra los ojos e intenta adivinar dónde caerá la siguiente caricia, se concentra, porque a pesar del alcohol es perfectamente consciente del escozor de los latigazos que dejan sus dedos al rozarle la espalda, del dolor lacerante que provocan sus labios profanando la carne que deja a descubierto cada botón desabrochado de su blusa. Siente como muerde la pulpa de sus labios cortados, como se precipita por su cuello desnudo liberando con ansia las últimas prendas que cubren su cuerpo, como lame la lágrima negra que rueda por su lívida mejilla y el brazo que estirado busca apagar el interruptor, como si por suceder a oscuras la injuria no fuera a cometerse. A punto de alcanzarlo ve su imagen borrosa reflejada en el espejo de la pared. Reconoce su cuerpo desnudo abandonado entre las sábanas, cubierto por el manto de su voraz amante. La vehemencia con que devora a su presa contrasta con la dulce sumisión de la misma. Náuseas. Sobre la escena reconoce el cuadro de la muchacha en la playa. El alcohol está haciendo su efecto, se siente profundamente mareada. Intenta enfocar de nuevo la mirada en el espejo; pero esta vez no se reconoce entre el amasijo de carne. Sonríe para sí. Como si lo estuviera viviendo en tercera persona, y lo entiende todo. No, no es ella la que yace en la cama. Ella está ahí, en el marco barroco. Jugando con los pies en la arena, sintiendo en ellos el frescor del agua. El viento acaricia su pelo, hace volar su vestido blanco y acerca a su rostro suspiros de salitre. Sí, ya no siente quemazón alguno, ni dolor lacerante, ni náuseas. Se deja llevar, anestesiada. No siente nada. No siente. Tan sólo nota la humedad en su rostro. Sí, reconoce esa sensación. Está en el mar.

Escrito por Turandot a las 11:43 PM | Comentarios (7)

12 de Diciembre 2006

Fe de Erratas

Pues llamó... :' )

Escrito por Turandot a las 7:20 PM | Comentarios (10)

11 de Diciembre 2006

Matemáticas

Y mañana taller de mates de nuevo...

calvin mates.JPG

Escrito por Turandot a las 10:11 PM | Comentarios (4)

3 de Diciembre 2006

Donde reside la Felicidad

Hay días en que todo parece gris, y nada te motiva. Días en que reina el desencanto, y uno maldice el momento en que tuvo que venir a parar a este mundo tan complicado. Otros sin embargo se presentan como algo más justos y te dan pequeñas alegrías. Lluís en su recién estrenado blog (que no me atrevo a enlazar, porque sé de su timidez) se pregunta qué será la Felicidad. Así en mayúsculas no sabría decirlo, pero sí sé reconocer las cosas, pequeñas la mayoría de las veces, que nos hacen un poquito más felices, quizá eso cuente más de lo que estamos dispuestos a creer.
Un tintineo. La postal del extranjero que anuncia que ya llegó la Navidad, la constatación que el puesto de los argentinos sigue estando donde siempre en el mercadillo, el eco de un beso de buenas noches, una buena peli en compañía de los amigos de siempre, un lo siento largamente esperado, una invitación a compartir un pedacito de vida ( llámale blog, llámale...), un después de escuchar cientos de no, un ramito de lavanda recogida para arrancarte una sonrisa...
Son muchas, aunque pequeñitas las cosas que nos hacen ser un poquito más felices, la mayoría de las veces son tantas y tan grandes las aspiraciones que llevamos a cuestas, que ni reparamos en ellas.
Una lástima.



Lavanda

Escrito por Turandot a las 4:07 PM | Comentarios (10)