Sobre mi mesa una pirámide de metacrilato. Dentro de ella, una pequeña torre Eiffel aguanta estoicamente el temporal de nieve sintética y purpurina que provoco una y otra vez.
Así me siento.
Fuera de mi poliedro todo está en su sitio, pero en mi interior; miles de pedazos de metralla azotan con violencia todas y cada una de las fibras que alguna vez contuvo esta mortaja de vísceras y carne.
Hoy te he echado tanto de menos...
Oigo como llueve.
Abro la ventana y noto el frescor del agua salpicando mis hombros desnudos, su humedad hiriente y reconfortante a un tiempo. Observo como las gotitas se estrellan en el alféizar de mi ventana. Son como lágrimas del cielo, lágrimas abiertas y descaradas que se atreven a gritar lo que las mias reprochan en susurros; que te echan de menos...
Porque de haber estado esta noche entre mis brazos, hubiera acunado tus sueños entre algodones de susurros y mecido tus anhelos en el nido de mi pecho. Y despertándote a besos de vainilla y canela, te hubiera encadenado a mi cuerpo como el ámbar con que regaste mis muñecas, y esparcido de nuevo sobre tu cuerpo tostado de siena las letras que forman mi nombre, para que como si de un conjuro se tratara, te rindieras a mis voluntades para ser tuya como tantas veces, para que hubieras sido mío como nunca. Y una vez rendidos por el cansancio, y empapados de sudor, poderme reír de las gotas que azotan los cristales de mi ventana; porque no sería ya de ausencia su perfume.
Hoy me salté la clase de árabe. Me siento culpable, no por saltarme ésta sino porque ya llevo unas cuantas sin aparecer, y lo peor es que se avecina el exámen final. Me siento culpable por haberme saltado la clase de árabe, y por saltarme sistemáticamente las de Magisterio, y lo peorcísimo es que también siento el aliento de los exámenes finales en el pescuezo.
Hoy me pasé por algunos de vuestros de blogs. Mi intención hubiera sido pasarme por todos, pero me fue imposible. A veces creo que olvido por qué escribo y leo los blogs que tengo enlazados, por que me encanta como escribís. Temo el momento de abrir cualquier bitácora, porque entonces se me hace tremendamente difícil no leer todo lo que está escrito en ella, y si leo blogs pierdo la noción del tiempo, y dejo de leer los horribles libros que tengo en cola de espera, y si no leo los libros de obligada lectura no podré presentar los malditos comentarios, y si no los entrego a tiempo... en fin, que también me siento culpable por ello. Tengo un extraño sentido de la responsabilidad, a veces me pregunto si es demasiado malo; si es demasiado bueno, tampoco me importa, estoy aprendiendo a deshacerme de él.
No me gusta lo que hago.
A mí me gustaba Historia, me la saqué impolutamente y en Junio, como manda la ley y como consiguieron pocos de mi promoción. Cinco años en los que disfruté tanto de asistir a clase, como de la vida universitaria. No como ahora.
El temario de Magisterio es infinitamente más fácil, los exámenes a los que me he presentado los he sacado con excelentes calificaciones, pero odio ir a clase. Me siento como en parvularios de nuevo, trabajos cada dos por tres, dinámicas de grupo, compañeras de clase que se tiran de los moños... No es mi sitio. No, no lo es. Y me siento mal. Quizá lo lleve tan mal, porque es la primera vez que me veo obligada a hacer algo que no deseo. No, no es que no crea que puedo ser una buena maestra, si estoy en este punto es porque no me resigno a ceder ante mi vocación docente. Sé que seré una buena maestra ( aunque el camino me sea pesado) pero no cabe duda de que sería mejor profesora.
Desde hará unos años mi preciosa burbuja de cristal se ha ido resquebrajando sistemáticamente. El desengaño que inevitablemente desemboca en el desencanto más profundo tarde o temprano tenía que llamar a mi puerta, y ya esta aquí. Si cierro los ojos y me concentro puedo oir sus pisadas tronando en este maldito dolor de cabeza que me acompaña día sí, día también; y puedo sentir su abrasante calor envolviéndome cada vez que intento mantener la mente clara, y mi mayor preocupación ahora mismo, es que no emponzoñe todo aquello que quiero y que valoro, porque no me siento lo suficientemente fuerte como para ponerlo a salvo.