31 de Octubre 2004

Madrugada

matinada

La brisa helada araña las lunas de los coches, balancea las hojas de los árboles, golpea las ventanas de las casas, se cuela bajo los portales de las fincas dormidas.
La calefacción del automóvil aparentemente reconfortante pugna por salir al exterior, por morir ahogada.
Los semáforos parpadean perezosos iluminando intermitentemente las marcas viales que bailan al ritmo de los neumáticos.
Su siseo invita a adormecerse, sin embargo el desfile de edificios ejerce un efecto hipnótico sobre mi.
En la radio Ana Belén destroza el mes de Abril mientras el limpia parabrisas lame pedazos de lluvia que se estrellan en el cristal.
- No te duermas.
- No me duermo.
Rojo.
Nos detenemos.
Su mano se desliza del cambio de marchas a mi muslo.
Siento el impulso de apartársela pero me contengo. Todo sería tan fácil si pudiera quererte.
Sensación de deja vous.
Esta misma escena la vivimos hace años.
No ha cambiado nada.
Sigo mirando las calles desiertas apoyada en el cristal de la ventanilla, y limpio el vaho que no me permite ver como la luz mortecina de las farolas convierte en verde el gris que cubre los árboles de las avenidas.
Arranca.
Dejo de sentir su mirada en mi nuca.
Respiro.
Falta menos para llegar a casa.
El maldito camión de la basura nos hace detener.
- Últimamente no te veo conectada.
- Estoy muy ocupada.
Un relámpago ilumina parcialmente el cielo a lo lejos.
- Tampoco contestas los mensajes al móvil.
- Estoy muy ocupada.
- Eso ya lo has dicho.
- Será que es verdad...
Las luces anaranjadas del camión traspasan las gotitas que caen lastimeras. Las de los cristales también.
Llegamos.
- ¿Llevas las llaves?
- Creo que sí, de todos modos hay luz.
- No empiezo a trabajar hasta la semana que viene. Si encuentras un hueco llámame.
- Lo intentaré.
Tercera mentira de la noche.
El frío me abofetea al salir del coche.
Es una sensación extrañamente gratificante que se esfuma al entrar en casa.
El gato aparece de la nada y se enrosca en mis pies.
Lo cojo en brazos.
- ¿Qué tal el cine?
- Bien
- ¿Seguro?
- Si, mamá. Es por la peli, era muy triste.

Escrito por Turandot a las 5:53 AM | Comentarios (24)

28 de Octubre 2004

Angels Club 2/2

Anteriormente...

Agatha notó como se le hacía un nudo en la boca del estómago. No sabía muy bien si a causa del aplomo con que Jack había pronunciado sus palabras, o por la sentencia que encerraban.
Hasta ahora todo le había salido de cara, sin embargo su ángel de la guarda anunciaba deserción. Una lágrima amenazó correrle el rimel.
- No volveré a verte ¿verdad?
Las palabras quedaron suspendidas en la cargada atmósfera de la habitación. Jack había desaparecido.
Cuando Agatha salió del camerino instantes después, pudo verle apurando una última copa de cognac en la barra, justo antes de que una corte de cincuentones embutidos en fracs se abalanzara sobre ella presentándole sus respetos y besando su mano una y otra vez.
Sonriente, pasó revista de un vistazo a sus admiradores pero su semblante cambió por completo al no ver al joven Harold Hopkins entre ellos.
Bajó la mirada mientras pensaba cómo era eso posible, hubiera apostado su alma a que estaría aguardándola en la misma puerta.
Así funcionaba siempre; unas canciones sensuales, movimiento de caderas, caída de párpados y presa en el cepo. Sin embargo, allí estaba él, sentado en la mesa 13, absorto en una más que probable soporífera conversación con el resto de accionistas.
Intolerable. La primera vez que fallaban sus artes de seducción. Elevó la mirada hacia el techo, cualquiera que la estuviera mirando hubiera pensado que perdía su vista entre las espléndidas lámparas de lágrimas que iluminaban el club, o el fastuoso entelado que cubría su techo. Sin embargo la mirada de Agatha pretendía trascender mucho más allá de las paredes que encerraban el ocioso espacio de la noche neoyorquina. Buscaba respuestas.
¿Quizá empezara a cumplirse el augurio de Jack y su suerte estaba cambiando?
Vio su gabardina abandonar la barra del bar y cruzar el vestíbulo hacia la salida. Con una forzada sonrisa pidió disculpas a sus admiradores bajo la promesa de atenderles en un instante.
Corrió tras él lastimando con sus tacones las sufridas alfombras del Angels Club, empujó al portero con rabia al impedirle éste que abandonara el local debido a la tormenta que arreciaba la noche y sin importarle la fuerza con la que caía la lluvia, se quedó inmóvil en medio de la calle, como clavada en el asfalto mientras veía con impotencia como el Rolls-Royce Silver Ghost de Jack se perdía a toda velocidad calle abajo.
Uno de los mozos del local, protegiéndose del agua con la gorra, salió hasta ella y le tendió una servilleta doblada, en la que, antes de que la tinta se emborronase por completo, pudo leer:

“Tómatelo como un último favor”
Jack.

No había terminado de adivinar la rúbrica, ni de entender a qué favor se refería la nota, cuando para sorpresa de Agatha, la chaqueta del apuesto H. Hopkins cubrió sus empapados hombros.
-Señorita, va a coger usted una pulmonía, sea tan amable de acompañarme dentro.
Y mientras se adentraba de nuevo en el club del brazo del deseado empresario, los ojos de Agatha se perdían, agradecidos, tras el rastro del fantasma plateado.

Rolls-Royce Silver Ghost
Escrito por Turandot a las 12:10 AM | Comentarios (18)

26 de Octubre 2004

Angels Club 1/2

La luz del tocador era la única que tenuemente iluminaba el camerino.
Cogió uno de sus largos mechones cobrizos y pasó varias veces el cepillo por sus puntas, ondulándolo.
Estaba retocando el rouge fatale de sus labios cuando le vio aparecer tras uno de los biombos. No pareció sobresaltarse.
- Cuánto tiempo, Jack.
- ¿Cómo estás, Aghata?
- Pues... he estado mejor- respondió la mujer arqueando levemente una de sus perfiladas cejas mientras simulaba una sonrisa.
Jack estaba de pie, con su gabardina gris y sombrero calado a juego. Agatha en cambio vestía una bata de satén negro.
El hombre accionó el interruptor y la luz inundó todo el espacio.
La estancia resultaba cálida. Había sido decorada con cierto aire barroco. Junto a varios espejos de cuerpo entero y mamparas con motivos japoneses descansaba un diván de terciopelo burdeos y varios tocadores cubiertos por cajas y fundas protectoras de sombreros, tocados y vestidos de tul. Varios ramos de rosas, lirios y orquídeas con sus respectivas tarjetas reposaban sobre la moqueta del suelo, incluso una extraña composición floral que no pasó desapercibida a los ojos de Jack.
- Eso es un cactus - señaló como si ella no lo hubiera advertido.
- No le gustaría mi actuación- se la oyó responder divertida detrás del vestidor- y bien- preguntó cambiando el tono jovial a medida que se acercaba a él para que terminara de subir la cremallera de su vestido – tu visita no es mera cortesía, ¿verdad?
- Siempre me sedujo tu perspicacia - dijo él mientras la ayudaba a vestir- Tienes razón, vine a comunicarte lo que tarde o temprano tenía que pasar. La fortuna te abandona, Agatha.
No se inmutó. Parecía prever lo que Jack venía a decirle. Y preguntó sabiendo que no obtendría respuesta a ello.
- Y eso por qué, Jack.
- Así son las cosas. Así funcionan. Las reglas no las inventé yo.
- Entonces ¿Se acabó?
- No tiene por qué, simplemente que a partir de ahora, no te caerá nada más del cielo- y al darse cuenta de su metáfora esbozó una infantil sonrisa que cambió rápidamente al recordar la seriedad del asunto.
Agatha apartó la onda que estudiadamente caía sobre su frente- Fue bonito mientras duró ¿verdad?- En el fondo buscaba en los ojos de Jack un atisbo de comprensión, le hubiera gustado un abrazo, pero sabía que aunque era su debilidad en cuanto a las protegidas, como había demostrado durante los años que estuvo a su cargo; ése, no era su trabajo.
- Sí, has sido una chica afortunada.
Jack cogió unas sandalias de vertiginoso tacón y se las acercó.
- Éstas quedan perfectas con el vestido que llevas.
- Hombres... – suspiró Agatha mientras dejaba las sandalias de nuevo en su caja- Esta noche pienso cenar con Harold Hopkins, Jack, convendrás en que necesito algo más sofisticado- y sacó de su estuche unos clásicos salón de terciopelo negro y aplicaciones de strass.
- ¿Hopkins? ¿El accionista de Essex?
- Efectivamente, y como comprenderás, todo empresario que se precie busca una chica con clase.
- Comprendo- dijo Jack imitando el tono soberbio con que hablaba Agatha. La miró por última vez antes de despedirse.
- Cuídate mucho, nena, yo ya no estaré para hacerlo.

Femme fatale

Angels Club 1/1

Escrito por Turandot a las 1:10 AM | Comentarios (8)

22 de Octubre 2004

stella

estrella

- ¿Qué llevas escondido en la mano?
- Es una estrella. Pero se está apagando.
- Nadie puede coger una estrella.
- Lo sé, quizá por eso se me mueran todas...


Escrito por Turandot a las 1:15 AM | Comentarios (24)

19 de Octubre 2004

de la divinidad

Un día, “X” fue tocado por los dioses, que le imbuyeron de su inteligencia y sabiduría.
Desde ese día, “X” consciente del milagro, y de la sobrenatural importancia de éste, paseó su aura de divinidad por el mundo.
Tanta era la generosidad que manaba de su divino ser, que decidió predicar su obra al mundo; un tratado sobre sus gracias y bondades, sobre su audacia, su perspicacia y sapiencia todopoderosa. Y fue entonces cuando el divino “X” se dio cuenta de la mediocridad en que estaba sumida la humanidad, incapaz de ver y más aún de asimilar, que la verdad residía en él, encontrándose con el rechazo de muchas de esas criaturas, a todas luces y aunque ellos no se percataran, inferiores en todos los aspectos.
Al no poder sacarlos de su propia ignorancia mediante su diálogo y buen hacer, optó por retirarlos de la oscuridad en que estaban sumidos con métodos más atractivos, y así institucionalizó el rito de las bacanales los fines de semana, personándose él mismo en botellones y otras fiestas de guardar, en donde el alcohol corría a raudales.
Y probó la sangría... y vio que era buena; y probó el calimocho, y vio que también era bueno, así con un sinfín de bebidas espirituosas.
Un día, deleitándose él en la sublime tarea de hacer ver a los demás sus múltiples virtudes acordóse de cuando era un ser vacuo y totalmente terrenal, y recordó que había sido preso de los encantos de una mortal. No era una mortal precisamente espectacular, más bien era así como de regional preferente, pero por algún extraño motivo había sido durante largos años objeto de su devoción.
- Recórcholis- pensó- ¿Quién es ahora el dios?
Y raudo y veloz partió en busca de aquella mísera mujer.
Encontróla y mostróle la luz, diciendo...
– Vengo desde el mismísimo Olimpo para hacerte la mujer más afortunada de este mundo. Muchas son las llamadas pero pocas las elegidas. Yo, el ser más hermoso, más culto y refinado, con más clase y savoir a fair te he señalado a ti.
La mortal observaba al dios con atención, en silencio, sin osar interrumpir su discurso.
- Aunque mi predicación en este valle de lágrimas requiere de mi entera atención, puedo sacrificar el destino de la humanidad por llevarte conmigo al paraíso y allí atravesarte con mi rayo celestial...
La mortal abrió la boca en un gesto que el dios interpretó como de sumo alborozo y regocijo.
- Y una vez seas mi mujer gozarás de los privilegios de ser la esposa del Todopoderoso, con lo que ello conlleva. Y como muestra de afecto, y de mi suma magnanimidad serás la primera criatura digna de probar la ambrosía.
Dijo mientras tendía una delicada blonda con el símbolo de Scottex hacia la mujer, que sin poder cerrar la boca cogió el alimento con sus manos.
Miró varias veces la ambrosía. Se la acercó a la nariz; la olió, y accedió a probarla.
El dios observaba el ritual con el pecho henchido y la sonrisa presidiendo su rostro, mostrando con orgullo su pontente caja de dientes.
Entonces la mortal acercó la ambrosía a sus labios, y tomó un pedazo. Masticó con cuidado, frunció el ceño y mordió por segunda vez.
A la mortal la ambrosía le asemejó tarta de mousse de chocolate blanco con pistachos.
El dios esperó a que la mujer terminara con el divino manjar y preguntó, con los ojos en blanco, los brazos abiertos y actitud de éxtasis celestial
- Entonces, mujer ¿ Vendrás conmigo y te dejarás poseer por la luz de mi verdad?
A lo que la mortal, terminando de tragar lo que le quedaba de frutos secos en la boca se manifestó diciendo...
- ¡Que te den!


Pd: Los hechos y personajes de este post son totalmente ficticios, cualquier semejanza con hechos y personas reales es... mera coincidencia.

Escrito por Turandot a las 11:23 PM | Comentarios (18)

15 de Octubre 2004

24 horas

Dani tomó con delicadeza su mano, que sostenía con fuerza un teléfono móvil.
- Dámelo, anda.
- ¿Por qué?
- Ali ¿Esperas alguna llamada?
Ali echó una triste mirada a la pantalla del móvil, que únicamente parpadeaba la intempestiva hora.
- No, supongo que no.
- Entonces yo te lo guardo.
Alicia asintió y no sin cierta inquietud dejó que Dani guardara el móvil en su bolsillo.
- Llevas dos horas removiendo ese café. Estará helado.
- Qué más da, no me gusta el café- dijo con voz de hastío.
Dani suspiró preocupado y cambió las tazas de sitio, dejando el chocolate delante de ella.
- Te lo cambio.
- Eres un sol –dijo Ali en tono cariñoso.
- No digas tonterías, no lo soy.
- Sí lo eres- replicó ella acercándose un poco más a él, para apoyar la mejilla en su hombro- si no, qué haces aquí acompañándome a estas horas.
Dani deslizó su brazo por la espalda de Ali.
- Sabes que me quedo porque no me gusta verte así ¿Olvidas que alguna vez has estado tú en mi lugar?
Ella volvió a incorporarse y le miró fijamente- Eso, no quita que seas un sol.
Dani entornó los ojos y arrugó la nariz. Sus labios habían quedado peligrosamente cerca de los de ella.
- Bien, entonces si te empeñas en que sea un sol, tú eres un cielo.
Ali recordó qué era lo que la tenía en ese 24 horas derramando lágrimas como una niña y bajó avergonzada la cabeza, con lo que el beso que se escapaba de la boca de Dani se posó dulcemente en la frente de la chica.
- No, está claro que no soy un cielo- confesó convencida, negando con la cabeza.
Dani suspiró exageradamente y fingió enfadarse.
- Ah, muy bien. Yo soy un sol, pero tú no eres un cielo ¿No?- y bajando la voz concluyó- Para mí... siempre serás un cielo.
Alicia se sonrojó, sonrió y llevándose un dedo a los labios, resolvió muy despacito, midiendo cada palabra para darle la entonación correcta.
- Hagamos un trato. Deja, entonces, que seas el sol, que me permita ser cielo.
Dani se quedó un momento perplejo, abrió sus grandes ojos y repitió la frase en voz baja.
- Eso es muy bonito.
- ¿Sí?
- Sí, como tú- y con voz teatral, como para quitarle peso a lo que acababa de decir añadió- Si tuviera unos años más le pediría tu mano a tu padre.
Ali soltó una carcajada a la que Dani se unió poco después.
- No creo que dejaran que te llevaras sólo la mano.
De repente y coincidiendo con los primeros rayos de sol que se colaban por los ventanales de la cafetería, el móvil de Ali vibró en el bolsillo de Dani. Haciendo que el semblante de éste, aunque casi imperceptiblemente, se entristeciera.
- Creo que te ha llegado un mensaje- e hizo ademán de devolverle el aparato a su dueña, cosa que ésta le impidió sujetando su brazo.
- No, déjalo. Ahí está bien.
- ¿Estás segura?
- Sí- y se acurrucó un poco más entre los brazos de Dani.

Escrito por Turandot a las 1:45 AM | Comentarios (24)

11 de Octubre 2004

Invisus Tacitum

Te odio.
Te odio por haberte cargado mi inocencia, te odio por haberme condenado a una sinrazón; a tener que andar constantemente vigilando mi sombra, a tener que dudar de todo por sistema y no confiar en nadie jamás.
Te odio porque me hiciste ver muros donde había naipes, y ahora los gigantes sustituyen los molinos.
Te odio porque ya no distingo las caricias de los bofetones, ni los pozos de agua fría de las trampas mortales.
Te odio porque muero de sed al hacer que prefiriera mil veces la sal a la dulzura. Me enseñaste que la primera sí era real.
Y ando a ciegas desde entonces, porque no quise que estos ojos traidores me volvieran a engañar; porque decidí no fiarme de mi máquina de latir si en el fondo me demostró que no servía para nada más.
Debe ser por eso que a veces me siento tan sola, y perdida...
Porque querría fiarme de mi sombra, no dudar, poder confiar en alguien, construir unos nuevos muros, identificar una caricia, o beber agua fresca para no tener sed jamás
Sin embargo a cada paso que doy, recuerdo que ya me juraron en vano, que me disfrazaron lo falso de real, que me mataron la presunción de inocencia, que me robaron la capacidad de confiar.
Por eso temo a los fantasmas y me sigue dando miedo la oscuridad, porque mis miedos ya no me atacan como cuando era pequeña, de noche, y en soledad, ahora lo hacen de día, a pleno sol, desde que alguien decidiera con sumo cuidado y devoción tatuar en mi nuca y a fuego, el maldito aliento de la traición.

Escrito por Turandot a las 1:10 AM | Comentarios (18)

8 de Octubre 2004

Occidio

Cuentan los más viejos del lugar, que fue desde un lejano reino que llegó un poderoso contingente de caballeros luciendo hermosos ropajes e impresionantes blasones, que sus corazones se tiñeron de una amarga pena al observar el desolado paisaje que les aguardaba en lo alto de la loma.
Cuentan, que se adentraron en la espesa neblina que rodeaba el castillo a causa de numerosos incendios aún sin sofocar, y que uno de ellos se deshizo en llanto al ver la masacre que les recibió. Cuentan que este mismo caballero, sorteando los desgraciados cadáveres que asesinados brutalmente se extendían frente a él, con un nudo en la garganta, incapaz de articular palabra alguna y haciendo esfuerzos por apartar de su cabeza la idea de que hubieran podido hacer lo mismo con ella; desmontó su caballo y cedió las bridas a uno de sus compañeros para correr hacia la entrada de la torre del homenaje, y que por todo hallazgo a su búsqueda le aguardó en la estancia principal la ropa de una mujer ensangrentada y hecha jirones.
Cuentan, que a pesar de cubrirse el rostro con ella, sus gritos se oyeron más allá de los confines del malogrado reino.
Sin embargo, lo que fue olvidado por la mayoría de los que en su día lo supieron y conocido tan sólo por aquellos que eran incapaces de saber lo que significaba, fue que estando el caballero solo en la habitación y asiendo los ropajes de la dama que pereció, susurró como si ella aún pudiera oírle.
- Maldita. Maldita sea tu testarudez, y maldito el valor que impidió que abandonaras tu reino.
A lo que desde las sombras que reinaban en la desdichada estancia, testigo de la mayor de las ignominias, una voz de ultratumba fría y cortante como una esquirla de vidrio se clavó en su corazón.
- A oídos de los necios, a vista de los ciegos; proclamad si quereis su coraje. Sin embargo, caballero, en vuestro caso; no apeleis a su valor, más bien hacedlo a su debilidad.
No se marchó, únicamente, porque nunca dejó de creer que vendríais a buscarla vos.

Escrito por Turandot a las 3:14 AM | Comentarios (26)

2 de Octubre 2004

praesidium

Notó como recorría lentamente sus pestañas, y cálida rodaba por su mejilla hasta empapar su almohada. Abrió los ojos con esfuerzo y secó con su manga la humedad de su rostro. Tras los arcos pétreos que cobijaban las ventanas, el crepitar de las antorchas salpicaba de destellos ocres el oscuro cielo. Con el corazón en un puño se asomó al balcón para ver horrorizada como seguían viniendo aldeanos de todas partes para guarecerse a la sombra de sus murallas.
Se acercó al espejo de cobre que presidía su habitación y quedó mirándose fijamente unos instantes. Apenas sus pupilas se hubieron habituado a la semioscuridad, sus ojos marrones buscaron los de su propio reflejo que tomando vida propia le lanzaron una mirada de desdén.
- ¡Diles que se vayan!- dijo su imagen mientras reflejaba sus mismos ojos enrojecidos, aunque no por el llanto sino por la ira.
- No puedo hacerlo... – susurró entre sollozos.
- ¡Debes hacerlo, si se quedan aquí, moriremos todos!
- ¡No! Si les echo de mis tierras les condeno a una muerte segura.
- ¿Y qué más da, estúpida, que mueran aquí que en sus casas?
En el fondo sabía que el espejo tenía razón. A duras penas era capaz de mantener el control de su feudo, a duras penas era capaz de mantener el control de sí misma, ¿Qué le hacía pensar que podría mantener su entereza en un momento como ese?
- ¿No entiendes que no puedo dejarles a su suerte? Están solos, tienen miedo...
- ¡También tú lo tienes! ¿Acaso lo olvidas? ¿A quién pretendes engañar?
- ¡Ellos creen que soy fuerte!
- Eso es lo que te has esforzado en demostrar. ¿Por qué no seguiste tu propio consejo y huiste con los demás?
Las duras palabras que escupía su informe reflejo se clavaron en su más profundo orgullo. Se acercó retadora hasta la superficie del mismo y levantó su índice de manera amenazante.
- Parece mentira que seas precisamente tú quien me lo pregunte. Quizá porque no soy como los demás.
La mujer apartó la vista de su imagen para posarla en el antiguo tablón de madera que, cubierto de paja, protegía el suelo de la estancia.
Cerró con fuerza sus párpados doloridos y pudo oir de nuevo la jauría de campesinos pidiendo merced. Respiró hondo, templó su garganta y tras un profundo suspiro resolvió:
- Ordenaré levar el rastrillo, resistiremos todos juntos.
De no estar contenida por la fina lámina de cristal reluciente, hubiera creído que su propia imagen se abalanzaba presa del pánico sobre ella.
Se quedó impávida viendo como golpeaba con sus puños desde dentro el cristal, profiriendo gritos y mascullando maldiciones, acusándola de insensata.
Una vez se hubo calmado se atrevió a preguntarle a la dueña de su figura, abatida y con un hilo de voz.
-¿ Esperamos refuerzos?
Por toda respuesta, la mujer se acercó a su pesado escritorio de roble, tiró violentamente del pomo de uno de los cajones que contenía la correspondencia y lo estrelló contra el suelo. La madera se astilló. El cajón estaba vacío.
- Ninguna respuesta a mis ruegos. No hay refuerzos.
Por primera vez fue su reflejo el que desde el espejo mostraba un gesto de piedad.
- Pero él...
- Olvídate. Él no vendrá.
Tras unos segundos de angustioso silencio, el espejo volvió a hablar.
- ¿Qué haremos cuando tengamos aquí a toda esa gente?
Del vestidor donde ya se había metido la mujer para enfundarse en su raída casaca salió una voz temblorosa a la vez que resuelta.
- Reforzaremos las empalizadas, doblaremos la guardia, colocaremos a todo hombre o mujer capaz de utilizar arco o saeta en las aspilleras, resguardaremos a los más débiles en...
- Es un suicidio- la interrumpió su propia imagen- ¿Lo sabes?
- Lo sé.

Escrito por Turandot a las 6:39 PM | Comentarios (28)