21 de Junio 2006

Memoria

atardecer


Un atardecer, sentada en el alféizar de mi ventana contemplaba en silencio ese mar de nubes rosadas destinada a morir en la negritud de la noche.
Una vez el sol se hubo puesto para dar paso al oscuro telón de terciopelo brocado de estrellas, empecé a contarlas.
Una, dos, tres, cientos de ellas titilaban a la deriva mientras la luna jugaba a hundirse entre las brumas, para momentos después salir airosa y así teñir de azuladas las hojas que coronaban los árboles del jardín.
Entonces se me apareció mi Memoria.
Durante la noche charlamos animadamente mientras contemplábamos juntas el mágico paisaje. Ya de madrugada, resolvimos un pacto.
Todas las noches de luna llena nos sentaríamos a ver las estrellas. El resto del tiempo podía disponer a placer de ella, recordar lo que quisiera y olvidar completamente lo que no.
Mientras echaba a la hoguera la mayoría de espisodios tristes o desagradables de mi historia, recogía un puñado de sensaciones hermosas y las colocaba debajo de mi almohada, atadas con una cintilla de cuerda para que en las noches sin luna, me acunaran. El pacto, sin embargo, contemplaba una cláusula. Una sola. Las cenizas, esparcidas en la tierra fértil darían sus frutos,a los cuales no debería tan siquiera acercarme.
Cada día, al llegar su correspondiente noche montones de pequeños detalles pasaban a formar parte del hatillo escogido o se desechaban a la hoguera, hasta que llegó un punto en que tan mecánica era la fórmula que olvidé si quiera cómo funcionaba.
Momentos hermosos sucedieron desde entonces, y los tristes, ¡bah! Se olvidaban. Hasta que un día, olvidé lo inolvidable.
En los lindes del terreno, las viñas que meses ha, habíamos sembrado crecieron más hermosas y lustrosas que nunca.
Y aunque sentí una sensación extraña al acercarme a ellas, no pude resistirme. Las lluvias de los últimos días habían favorecido que las uvas fueran grandes y carnosas, de un color vivo, presumían su dulzura e invitaban a probarlas.
Me acerqué a uno de los racimos y lo mecí en mi mano. No pude, ni quise rehusarlas. Tras el primer mordisco dulce, le siguió un sabor horrible, la escupí y metí otra en mi boca intentando quitarme el sabor de la primera, pero era inútil; todas y cada una de ellas eran amargas como la hiel, sin embargo y por alguna extraña razón no podía parar de devorarlas. El corazón se me aceleraba y a medida que el jugo emponzoñado caía por las comisuras de mis labios y manchaba mi ropa, punzadas de dolor nublaban mi entendimiento. La noche acechaba y yo permanecía allí, extenuada, incapaz de apartar mi mirada llorosa de las malditas cepas de recuerdos.
Cuando alcancé la casa y me refugié en la habitación, descubrí descorazonada que ni tan siquiera el hatillo seguía en su sitio.
Por eso es que desde entonces, sólo tengo pesadillas y los malos recuerdos invaden todas y cada una de mis noches.
¿Cuándo, Memoria, perdonarás mi torpe error de hurgar en el pasado? ¿Cuándo? ¡Maldita sea! ¿ Entenderás que sólo soy humana?

Escrito por Turandot a las 8:48 PM | Comentarios (11)