Que el fresco verdor de tus ojos no vaya a morir en la oscuridad de los mios. Que tus cantos no busquen mis oídos ávidos de ti, ni tu cuerpo murmure en silencio que es el mío el que desea. No hagas de mí el blanco de tus guiños encubiertos, ni derrames a traición en mis espaldas el aliento que alimenta mis anhelos. Si es perderme lo que buscas, no te esfuerces; hace tiempo que he firmado mi condena.
Aún sueño, ilusa de mí, que en las cálidas noches de estío, soy yo quien acude a la luz de tu faro, que son mis manos blancas las que se enredan en la oscuridad de tu pelo y recortan amaneceres de sosiego en las tempestades de tu alma, para descubrir una y otra vez desencantada al alba; que no son mis pies desnudos los que deseas, recorran tu playa.