Y también hay días grises camuflados en la feliz paleta de colores.
Casualmente tienden a venir de la mano de esa calidez que acompaña a los días de sol.
Son días en que los malos presagios deciden manifestarse y juegan a colarse entre las grietas que dejan los abrazos y los besos robados, y se filtran impunemente emponzoñando los buenos momentos, reavivando la herida de desconfianza que dejó un día el tatuaje de la deslealtad. Aquí. En la nuca. Creo que llegado el caso sería capaz de recorrer con mis dedos todas y cada una de las líneas de su venenoso pigmento.
Y no hay más culpable que la propia culpa. Y no hay más solución que olvidar y dejar toda la basura atrás. Pero es tan, tan difícil volver a confiar cuando la supervivencia de la cordura ha pasado por recordar todas y cada una de las cicatrices de la traición.
Cuando está a mi lado, cuando sus besos cubren mi cuerpo y sus palabras acarician mis sentidos, cuando su abrazo me envuelve hasta el alma; desaparece el miedo. Y es entonces; cuando siento que no tengo miedo que me aterra la idea de descuidar mis defensas y ser susceptible a un nuevo desengaño.
En sucesivos naufragios he ido perdiendo parte de mí misma; mi inocencia, mi confianza, mi ilusión. Me asusta terriblemente pensar qué podría perder esta vez, si es que aún queda algo que salvar...
¿ Que de qué tengo miedo? Tengo miedo a que se repita la misma historia, miedo a enamorarme total y perdidamente de él, miedo a fallarle o a que me falle, miedo a no merecerle, miedo a que mis miedos le arredren, o que me acobarden a mí. Miedo a lo desconocido. Miedo, miedo, miedo... y entre tanto miedo, la luz de sus ojos verdes rasgando la oscuridad, luz que ampara el deseo de tender mi mano y seguirle encontrando, de cerrar los ojos y seguir escuchando su voz, de abrirlos y reflejarme en la profundidad de sus pupilas, de perderme eternamente en su risa y descubrir; que vale la pena reconstruir la historia e intentar deshacerme de esos miedos, aunque me cueste y aunque me duela, si la recompensa es poder hundirme en el calor de su regazo.
- No tengo nada que escribir -confesé resignada.
- Quizá ahora sí tengas algo que te inspire -susurraste después de besarme.
Y sí, es cierto que las musas acudieron a tu llamada, pero éstas son caprichosas y sólo dejan que escriba versos en la geografía de tu cuerpo.
Leí en algún lugar, que la Felicidad es vivir intensamente el momento apropiado, en el tiempo preciso y adecuado con la consigna de que será irrepetible.
Bien, perdónenme señores si estos días dejo un poco de lado este blog; sólo trato de ser lo más feliz posible ( sinceramente, creo que ya tocaba).