Bordé tu nombre a susurros en el forro de mis sueños, y ahora que se tornaron pesadillas, no sé cómo descoserlo.
Me acercaste tus manos abiertas, y yo; ilusa, confié mi corazón en ellas.
De vuelta a casa te olvidaste y sembraste el camino con cuentas de grana.
Aún hoy, el cartero, me sigue trayendo pedazos.
La suerte tan caprichosa, el azar tan insultante. La gente vuelve del pasado, insolente. Se cuela sin llamar. No, algunos llaman; no sé decirles que no. Tú tan frío, tan distante, tan cercano que me dueles. Y mientras te lloro ¿qué? una mano fría en mi nuca. Labios sin aliento en mis párpados. No hay tiempo, no lo hay. Corre. Vístete. Disimula esas ojeras. Tápate. No duermas. Hoy no puedes. Vomita lo que sabes. No, eso no, eso es lo que piensas. No lo pongas. Adula. Miente. Complace. Tira la máscara en el contenedor de reciclaje cuando salgas. Inoperativo. ¿Inoperativo?. Corre, a las cinco llegan, a las siete abren, a las nueve cierran, mañana a las seis empieza todo de nuevo. Cansancio, demasiado. No puedes cansarte, mañana será otro día. Mentira. Si no duermo no hay mañana. Alguien dijo que ya dormiremos cuando estemos muertos. Pero los muertos viven, yo les veo, vuelven de donde les enterré. Desvío la mirada. No quiero cruzarla con él. Deja de mirarme. No necesito que me ayudes. Puedo sola. Pero tú, tú sígueme mimando, róbame las sonrisas, cógelas, no son de nadie. Son mías. ¿Y él? Quiero que vuelva, que no se vaya. No, mejor lejos, para saberle suyo que no vuelva. ¿Y tú? El que siempre vuelve. Vete. Te destrozaré la vida. Aún más. No quiero tu enorme sonrisa. Llévatela. Llévate también las pesadillas. Qué haces. No me esperes, no iré contigo. No recuerdo los pasos. Una vez ya estuve muerta, lo recuerdo. Cuando volví me advertisteis. No podrás con todo. Un, dos, tres; un. Un, dos, tres; un.
Sé que me saldrá; seguro. Siempre me acaba saliendo.